Estudios Teológicos

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EL MONOTEÍSMO EN LA REVELACIÓN BÍBLICA DEL ANTIGUO TESTAMENTO
Profesor José Peña Mendoza
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La principal confesión de la fe monoteísta del antiguo testamento es que Dios es único. Él posee carácter totalmente personal, exclusivo y absoluto, por lo que se distingue de todas las otras divinidades que rodeaban a Israel.

La fe bíblica del antiguo testamento en un solo Dios tiene una importancia vital para la teología. El antiguo testamento da cuenta de la existencia temprana de una cantidad importante de diversas divinidades; la escritura sagrada nunca pretendió ocultar ese hecho. Es más, para el Israel bíblico resultaba algo así como muy natural el tener que convivir con muchos dioses (Gn 35,1-4ss; Jos 24,2.14). Pero la idea de la unicidad de Yahvé comienza a advertirse desde el momento en que éste se muestra superior a los otros dioses. Exige la exclusividad y hasta se manifiesta celoso, al no tolerar a otros dioses junto a él (Ex 20,3s; 34,14; Dt 5,7).[1]

Desde Elías en adelante, el movimiento profético comenzó a propagar un fuerte mensaje contra las divinidades paganas y sus religiones sincretistas. El antiguo testamento da cuenta de la común influencia pagana sobre Israel, aún en época monárquica, cuando dice que Jeroboam, “habiendo tenido consejo, hizo…dos becerros de oro, y dijo al pueblo: Bastante habéis subido a Jerusalén, he aquí tus dioses, oh Israel, los cuales te hicieron subir de la tierra de Egipto.” (1Reyes 12,28.29 RVR). Acciones como estas tienen que haber movido a los profetas a levantarse contra tales degeneraciones. Para ello, Elías y sus seguidores tomaron a Yahvé como el único Dios, pero sin explicaciones teológicas para tal determinación sino sólo el hecho de sentirse motivados por su celo sagrado. Estos profetas no defienden el monoteísmo bajo el auspicio de un compendio teológico como prenda argumentativa, sin embargo, intuían perfectamente, bajo la fuerza misteriosa del Espíritu, que sólo a Yahvé se debía obediencia y fidelidad. Es posible que Elías, y tantos otros, teniendo a la vista la idea de unidad nacional, vieran en Yahvé la gran oportunidad para purificar a la nación de cualquier impureza cultual que estorbara tales propósitos.

La permanente y extenuante lucha de Elías, como también la de otros profetas y unos pocos monarcas, no hace más que confirmar que la institución del monoteísmo[2] en Israel no fue un proceso tranquilo ni sin dificultades. Al contrario, luchas internas, en el propio territorio, unas veces contra paganos, y otras contra los propios israelitas, demuestran que no fue muy pacífica la aceptación de un culto único, nacional y monoteísta.

¿Qué fue entonces Israel en un comienzo? Las investigaciones más críticas apuntan a reconocer en el estudio basado a partir de los textos más antiguos en adelante, una evolución desde el politeísmo hacia el monoteísmo definitivo, tal como lo vemos hoy en la escritura. Y, aunque hay que reconocer mucho de cierto en esas investigaciones, debemos agregar que el balbuceo monoteísta ya se advertía desde los inicios. En efecto, perfectamente podríamos decir que en principio hubo un premonoteísmo primitivo, no articulado, ni nacional, seguido por ciertos individuos, cuya expresión se hallaba en sus actividades monolátricas, es decir, su inclinación por rendir culto a un solo dios, por sobre los demás, aunque muchas veces no descartara del todo a estos últimos. Un texto que se aproxima a esta posibilidad es el encontrado en Génesis 28,20.21, lugar donde se expresa que Jacobo escogería a Yahvé como su Dios si éste cumplía en llevarlo salvo a casa. Muy posiblemente estemos frente a la elección de un dios por sobre el resto conocido, al constatar que éste sí era poderoso.

Es muy probable que Israel fuese monólatra, producto de una deformación de un primitivo monoteísmo poco definido inicialmente, y que con la irrupción del profetismo clásico, sobre todo el post exílico, se volvió a retomar, pero esta vez de manera estricta.

Bien se pudiera pensar que esta evolución hacia el monoteísmo se advierte en el hecho de que en el antiguo testamento se contienen diversos nombres de la divinidad, lo que pasaría a ser un indicio de que Israel en principio fue monólatra. Así, nombres como ′El, Dios de Israel en Siquén, (Gn 33,20) o ′Elohîm, Dios(es), (Gn 1,1) o ′El-′Bet′el,  Dios de Betel, (Gn 31,13; 35,7), bien pudieran ser nombres de diversas divinidades, los que Israel aplicó más tarde a Yahvé, concentrando en él todas las características de los otros, o, contrariamente, fueran nombres tempranos para designar a un único Dios, Yahvé.

De todas formas el antiguo testamento tiene mucho cuidado de no hacer aparecer a los israelitas como gente que evolucionó hacia el yahvismo. Es más, si efectivamente Yahvé se reveló como tal en época mosaica, diríamos que el antiguo testamento, lo que hace, es mostrar cómo Dios se manifestó primero bajo otras denominaciones menores, para luego adoptar el nombre Yahvé, por medio de una revelación especial y definitiva, cosa que haría sentar la idea de que, en el fondo, y pese a la diversidad de denominaciones para la divinidad, Yahvé siempre fue el único Dios sobre Israel. Esta idea bien pudiera ser afirmada por Éxodo 6,2s., cuando dice: “Dios habló a Moisés y le dijo: Yo soy Yahvé. Me  aparecí  a  Abrahán,  a Isaac y a Jacob como El Sadday; pero mi nombre de Yahvé no se lo di a conocer.”  Significa que pese a que los patriarcas no conocían el nombre de Yahvé, sí le conocían bajo una denominación menor.

Un aporte significativo a la comprensión del monoteísmo estricto, lo hacen Isaías y el Deuteronomio. En estos textos vemos con mayor claridad cómo la idea de un único Dios, Yahvé, tomó fuerza definitiva, una vez pasada la experiencia del exilio babilónico. Isaías 44,6-20, demuestran tal afirmación cuando escribe lo siguiente: “Así dice Yahvé el rey de Israel, y su redentor, Yahvé Sebaot: Yo soy el primero y el último, fuera de mí, no hay ningún dios…Vosotros sois testigos; ¿hay otro dios fuera de mí? ¡No hay otra Roca, yo no la conozco!” Lo mismo hace el Deuteronomio, con la fórmula de fe monoteísta más elaborada del antiguo testamento: “Escucha, Israel: Yahvé nuestro Dios es el único Yahvé”  (Dt 6,4).[3]

Con el nuevo testamento no se pretende alterar en modo alguno la fe en el Dios único. La iglesia es heredera de la tradición monoteísta del antiguo testamento; sus primeros miembros fueron todos judíos, de manera que pensaban y creían, como tales, en un solo Dios verdadero. El Dios de la iglesia era el mismo Dios de Israel, sólo que ahora ese monoteísmo transmitido desde el judaísmo se venía a explicitar en Jesucristo. Jesús había proclamado un mensaje en el que se advertía que él se entendía a sí mismo en una relación especial y única con Dios. Además, los evangelios indicaban que las acciones milagrosas de Jesús, hasta el culmine de la resurrección, apuntaban precisamente a acreditarlo como el Hijo de Dios, y no como un simple mortal enviado por Dios a una misión especial. Como se podrá comprender, no obstante lo anterior, el hecho de aceptar a Jesucristo como Dios no debió haber sido nada de fácil, desde el momento en que se debía confesar su divinidad, sin que por ello se pasara a llevar e

 


[1] Walter Kasper expresa su idea de que ese celo de Yahvé se debía a que, en un principio, mirar a otro dios que no fuera él, supondría un abierto signo de desconfianza, de falta de fidelidad; no se ama a Yahvé con todo el corazón, con toda el alma, y con todas las fuerzas. De ese modo Kasper ve que ese primer monoteísmo tenía una razón de ser fundamentalmente práctica. El Dios de Jesucristo.  Salamanca (273)

[2] Cabe señalar que, para los efectos de una mejor comprensión del proceso hacia el monoteísmo estricto, se debe tener en cuenta la diferencia entre politeísmo, que significa la creencia en muchos dioses al mismo tiempo; el henoteísmo, que implica que determinado pueblo o individuo, sin descartar a otros dioses, creía en uno o había escogido a uno por sobre el resto; y el monoteísmo, la creencia en un solo dios. Además, se habla idolatría, cuando se sirve y rinde culto a varios dioses; mientras que se designa con el nombre de monolatría cuando un pueblo u hombre que rinde culto a un dios especial, sin perjuicio que en determinado momento tienda a ofrecer culto o respetar a otras divinidades. De este modo tenemos que, mientras los conceptos terminados en teísmo guardan relación con la creencia en, los terminados en latría tienen que ver con la práctica del culto propiamente tal.

[3]Biblia hebraica Stuttgartensia. Deutsche Bibelgesellschaft, 1997. Mientras tanto la LXX dice ’′Ακουε, Ισραηλ˙ κύριοςοθεòςημωνκύριοςείςεστιν·

¿QUÉ ES TEOLOGÍA?

Por profesor José Peña Mendoza

Breve introducción para quién desee comprender el significado y sentido de la teología para la fe cristiana.

La pregunta apunta a la búsqueda por el sentido de la teología en tanto ella es una instancia para pensar la fe a la luz del encuentro entre la verdad divina revelada y el ser humano. No se trata de una discusión de si acaso la teología es una disciplina o una ciencia, todo ello con el fin de legitimar su puesto en la sociedad tecno-científica, como si la teología tuviera que pedir permiso a las ciencias para poder existir.[1] La teología no tiene necesidad de justificarse a sí misma de esa manera. Ciertamente las ciencias poseen verdades que la fe no puede manejar; pero todas ellas son verdades científicas, no verdades de fe. En ese caso la teología no tiene por qué mirar a las ciencias humanas hacia arriba, como si la teología fuera el pariente pobre de la familia del conocimiento. La teología no es un conocimiento inferior o de poca importancia; al contrario, es la herramienta que nos permite conocer la fe y doctrina de modo ordenado, sistemático y con un claro valor práctico para la vida. Entonces, la teología de la que hablamos no es ni una definición etimológica, ni tampoco una ciencia o disciplina decadente y sometida al escrutinio omnipotente de la racionalidad tecno-científica. La teología es un encuentro con Dios y sus verdades reveladas relativas a nuestra salvación.

Podríamos decir, a la vez, que la teología es una tarea y misión; un ser y hacer; función y desafío; reflexión y praxis de la propia iglesia de Cristo. La teología es una tarea de la iglesia, una misión de la iglesia, una función de la iglesia, un desafío de la iglesia. La iglesia, es ella quien hace teología; no Dios. Son las personas creyentes, dentro de la iglesia, quienes hacen teología; ella surge desde el mismo seno de la comunidad creyente, interpretando la fe de acuerdo al lugar histórico que le haya correspondido vivir a esa comunidad.

En mayor o menor dimensión, cada creyente hace teología, es decir, interpreta su fe y la comunica a quienes le rodean, de manera que todos tenemos una tendencia a hacer un discurso acerca de Dios, seamos latinoamericanos, chilenos o de otra nacionalidad, seamos metodistas, luteranos o pentecostales, seamos pastores o laicos, pobres o ricos, hombres o mujeres, niños, jóvenes o ancianos, todos tenemos un discurso acerca de Dios. De hecho sin darnos cuenta hacemos teología permanentemente. Ello porque no es vitalmente necesario tener estudios teológicos ni tampoco diplomas que certifiquen nuestra acreditación académica, para interpretar la fe, toda vez que Dios es el lenguaje de todos; desde el más reconocido e ilustrado cristiano, hasta el más anónimo de todos los creyentes, todos ellos cuentan con la materia fundamental para hacer teología: Dios.

Todo el tiempo interpretamos nuestra fe; nuestros aciertos y fracasos, la enfermedad, la salud, las injusticias de la vida, nuestros progresos, alienaciones, hambre, soledad, prosperidad o pobreza, en fin, absolutamente todo lo que nos toca vivir, se vuelve en nuestro objeto de interpretación a la luz de nuestra fe. Como se verá, la teología es una función de todo creyente y de la iglesia toda. En ese sentido, no debería existir recelo hacia la teología, por parte de ciertos cristianos quienes piensan que ésta es un enemigo de la fe, más que una ayuda verdadera. Que la teología acaba con la fe y la piedad cristiana, volviendo a los hombres más racionales y, por consiguiente, carentes de la sensibilidad del Espíritu, es tan solo una excusa para no asumir la tarea de pensar la fe y, así, poder vivirla práctica e inteligentemente.

Solamente hemos de decir que teología es una palabra de origen griego cuyo significado básico es el de un “estudio de Dios.” Del gr. θεός (Dios) y de λόγος (discurso, tratado, palabra, estudio, etc.) Luego, teología significa el estudio de Dios, lo sagrado, lo trascendente, pero que además incluye otros ámbitos relacionados con Dios, como por ejemplo el hombre, el pecado, la salvación, la creación, la escatología, la Iglesia, etc., y entre ellas, también, la revelación divina. Como en el contexto de la iglesia cristiana el término “teología” significa fundamentalmente un estudio acerca del Dios trascendente y que se ha revelado al ser humano a lo largo de la historia, se requiere desde luego de un esfuerzo espiritual e intelectual significativo por acercarse a la comprensión inteligente de esa fe desarrollada a través de la revelación y que atraviesa todas las doctrinas cristianas. Se trata de un tipo de comprensión integral que se esfuerza en buscar la coherencia experiencial e intelectiva de la relación existente entre Dios y creación, incluido el ser humano. En definitiva, con la teología se pretende resaltar el hecho de lo necesario que resulta no sólo vivir y sentir la fe, sino que del mismo modo la necesidad de pensarla. La primera carta de Pedro aconseja: “Estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros” (1Pe. 3, 15). Definitivamente, debemos estar preparados en todos los sentidos, y ello incluye también nuestra preparación intelectual.

El término “teología” como tal no aparece en la Biblia, pero sí se hallan sus raíces. Romanos 3,2 dice: “las palabras (ta logia) de Dios (tou Theou)” (Cf. 1Pe. 4, 11; Lc. 8, 21). De este modo encontramos implícita la palabra “teología”, estrechamente ligada a la idea de “la palabra de Dios” descrita en la Biblia. Y es que la teología persigue como fin el encuentro con la palabra de Dios revelada; palabra de verdades ya existentes, no creadas ni inventadas, sino extraídas de la revelación divina. Por ello mismo es importante tener consciencia de la relación estrecha existente entre teología y revelación, ya que en esa relación se juega, en parte, la comprensión del misterioso nexo entre hombre y Dios. En ese sentido, tendríamos que decir primero que la teología es una palabra acerca de Dios, elaborada por el hombre, a partir de la comprensión que haya tenido de lo divino, sea por medio de sus propias intuiciones, por su consciencia, por la naturaleza, la historia, o, lo que es fundamental e insustituible, por medio de la revelación especial. En ese contexto, tendríamos que decir, entonces, que es el hombre quien hace teología, no Dios, porque él no necesita comprenderse a sí mismo. En cambio el hombre necesita conocer a Dios, y también conocerse a sí, como bien habían escrito los antiguos griegos en el templo de Delfos:Conócete a ti mismo.

Ahora bien, la teología en tanto es una palabra acerca de Dios, que nace del hombre mismo, tiene como base la palabra de Dios revelada. De ahí que el teólogo no podría hacer teología si no tuviera primero ante sí la fuente a partir de la cual poder construir su discurso teológico sobre Dios. La condición de posibilidad de la teología es ciertísima porque contamos con una revelación especial, sin la cual sería imposible hacer una teología cristiana. Y cierto es que, para que el teólogo hable tiene que haber hablado primero Dios, quedando una vez más demostrado que quien toma la iniciativa de la revelación es siempre Dios. Él decide mostrarse, auto-donarse; nos deja ver algo de su brillo o doxa (δόξα) que oriente e ilumine nuestra limitada comprensión de su persona. Luego, la revelación que Dios ha hecho de sí, es condición de posibilidad para que la teología logre fructificar y así no quedarse en el mero intento de pensar a Dios, sin llegar a ningún punto de beneficio para el sentido de su existencia. Sin palabra de Dios no pueden haber palabras teológicas, como bien lo ha señalado Karl Barth al decir de la teología que “lo que la convierte en teología no es su propia palabra o su propia respuesta, sino la palabra que ella escucha y a la que responde…La palabra de Dios precede a todas las palabras teológicas, creándolas, suscitándolas y siendo un desafío para ellas”[2]

[1]Así lo piensa Karl Barth al explicar cómo la teología intentó erróneamente justificar su puesto en la modernidad con el fin de intentar su sobrevivencia. Introducción a la teología evangélica. Salamanca (33)

[2]Karl Barth. Introducción a la teología evangélica. Salamanca, 2006. p. 35